jueves, 14 de enero de 2010

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El desierto huele a viejo. A anciano, a sabio. El desierto huele a fuego, a brasa que se quema, copal que se consume, madera que revive con el canto del ardor, donde se crea y se tranforma como humo, se hace nube, y del abuelo fuego corazón emergen estrellas que saltan como chispas a la bóveda celeste.
El desierto canijo también es, abuelo medicina carcajada-que me libera de ataduras acechando a un tal SIP* y entre broma y broma la verdad se va asomando ahí.
Cactus que me enseñas tu silencio, gobernadoras (mis respetos) fortaleza, espinas que me enseñan atención que a veces también se convierte en tensión. Vientos tan rebeldes que soplan bien cabrón y el frío llega a calar hondamente hasta los huesos. Montañas paisajes, pinceladas tinta nube con brillo de sol.
Gracias al cencerro que se pasea en la noche mientras uno ve las estrellas.

Gracias al desierto que me envuelve con el aroma del silencio...





*Síndrome de iluminación prematura